Adora jugar...Es que su esencia es esa. La esencia de cualquier niño. Jugar, ser dueño de una libertad imperecedera. Ella, como cualquier otro niño, adoraba jugar y a través de su juego el mundo comprendió que la magia, más allá de todo, existe.
La niña adora jugar a las escondidas. Eliot coloca alas en sus espaldas cuando ella pretende esconderse en lo más alto del álamo que, cómplice de la aventura, la mimetiza en el verde círculo oval. El viento la sacude y con su cosquilleo la estalla en carcajadas. Los zorzales se apresuran a cubrirla con sus trinos para que no se descubra su presencia.
"- Señor Autor, ¿desea un café?
- No, gracias.
- ¿Un té, entonces?
- No, te lo agradezco.
- ¿Y un vaso de agua?
- ¡Dije que no!
- Disculpe, sólo trataba de ser amable.
- A veces, no basta sólo con tratar.
- Es que sólo eso me queda. Tratar. Usted no me deja lugar. Para nada.
- El lugar debes ganártelo. Es natural que me sorprenda tanta amabilidad de repente, porque no es natural en ti ser amable.
- Haré oído sordos a esas palabras. Y me dispondré a trabajar.
- ¡Ya era tiempo! Los huevos que incubas deben de estar cocidos.
- ¿Cómo es que pretende usted que no me sulfure, tratándome así?
- Es que yo pretendo que te sulfures, justamente. De eso han dependido todas mis historias. Y no veo el motivo por el cuál cambie ahora."
La niña los convocaba, nos convocaba. A todos. Era un viaje que no iniciaría sola. Era un viaje. Uno. Único. Irrepetible. Un viaje minado por lo desconocido. Un viaje que delimitaría el destino de la humanidad. Ella necesitaba de cada uno de nosotros. De cada uno de los que en realidad creían, confiaban en su magia interior. A ellos, elegía. Nos elegía. Los propulsores de su navío. La travesía comenzaba.Y mi carrera sin estribos, también.
- No, gracias.
- ¿Un té, entonces?
- No, te lo agradezco.
- ¿Y un vaso de agua?
- ¡Dije que no!
- Disculpe, sólo trataba de ser amable.
- A veces, no basta sólo con tratar.
- Es que sólo eso me queda. Tratar. Usted no me deja lugar. Para nada.
- El lugar debes ganártelo. Es natural que me sorprenda tanta amabilidad de repente, porque no es natural en ti ser amable.
- Haré oído sordos a esas palabras. Y me dispondré a trabajar.
- ¡Ya era tiempo! Los huevos que incubas deben de estar cocidos.
- ¿Cómo es que pretende usted que no me sulfure, tratándome así?
- Es que yo pretendo que te sulfures, justamente. De eso han dependido todas mis historias. Y no veo el motivo por el cuál cambie ahora."
La niña los convocaba, nos convocaba. A todos. Era un viaje que no iniciaría sola. Era un viaje. Uno. Único. Irrepetible. Un viaje minado por lo desconocido. Un viaje que delimitaría el destino de la humanidad. Ella necesitaba de cada uno de nosotros. De cada uno de los que en realidad creían, confiaban en su magia interior. A ellos, elegía. Nos elegía. Los propulsores de su navío. La travesía comenzaba.Y mi carrera sin estribos, también.

Sus amigoscompinches, mimetizados en el jacarandá, el lapacho, en el tronco viejo y rugoso del eucalipto y en la lánguida lluvia del sauce, la ven, pero simulan buscarla enviándose silenciosas señales de palabras escritas en minúsculos papelitos que los loros, eternos curiosos, se encargan de repartir.Es que los amigoscompinches de la niña gozan al oírla reír y no desean interrumpir la magia del juego, porque no hay nada que los haga más felices que ver feliz a la niña.
Yo no conocía con exactitud el tiempo del que disponía, pero entendía que no era abundante. Había recibido el llamado. Y las palabras de la niña en mi mente eran lo único a lo que me aferraba. Palabras que me endulzaban, me incitaban a correr y continuar corriendo. Debía recobrar la magia. Necesitaba, de cualquier modo posible, lograr que la magia se encendiera de nuevo en mí. Porque, sin magia, sin esa magia en mi interior, estaría condenado a la condena más condenada. No lo pensé dos veces. Tomé un lápiz...
…que me permitiera escribir un mensaje en uno de esos papelitos y participar, así, del juego yo también.
Claro que, para ella, existe una alegría aún mayor y es cuando juega a las escondidas en su hábitat natural; allí su eterno compañero Sinfín le sugiere millones de lugares mágicos donde esconderse…
Adrián
Marta
Apalie
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