Después de caminar largo rato y comprobar que nadie la estaba siguiendo, volvió a poner los pies en el agua, en cualquier recodo donde se juntase agua, de lluvia, de río, de mar... ella encontraba su mundo. Con movimientos ágiles, se paró dentro del charco de agua que no le llegaba más que a los tobillos, pero sintió como la vida volvía a circular dentro de ella.
Alzó los brazos al cielo, que ya estaba cargado de luces y se transformó en una columna de vibraciones que cosían el cielo con la tierra. Mientras su piel tuviera contacto con el agua, hasta una gota de agua podía transformarse en un mar inmenso, infinito, abundante. Y allí estaría Sinfín, su eterno compañero de alegrías y de luchas, el delfín que la ayudaba a transitar con mayor liviandad estas tierras de densidad agobiante.
Él no desaparecería si no había agua, su estela de energía era siempre perceptible para Aquamarina, o tan sólo “Aqua”, como la llamaba él. Sólo que era un nombre que, cuando ella caminaba por este mundo, la mayoría no conocía o no alcanzaba a pronunciar, porque estaba hecho con un alfabeto del que la humanidad recién ahora comenzaba a aprender los primeros trazos.
Y, tan sólo pensar que ya se estaban abriendo las puertas a esa nueva realidad, que los hombres estaban dando pasos agigantados por aprehender ese nuevo mundo, la llenaba de emoción. Por ahora, su hilito de agua regado en la tierra parecía ir filtrándose cada vez más profundo. Los terrones le abrían paso. En algún momento llegaría a unirse con ese río subterráneo, formado por otros tantos hilos de agua que sus hermanas venían regando desde hace años.
Apalie