Conducta de los espejos
--¿lo percibes sutil?
--no sé, ¿el qué?
--el aire cargado de tensión. Pequeñas partículas rígidas deslizándose por la atmósfera.
--no sé, ¿paranoia?
Una conversación trivial o profunda. Mágica o real. Pero el viento la calló.
Lentamente en el silencio, una melodía airosa y crónica fue hipnotizando al joven sentado en la ladera de una colina. Esperaba al tiempo o escapando de él.
San Carlos no es una aldea aislada. No es una parcela de tierra desalineada de otra parcela.
Todos los acontecimientos están entrelazados. Una acción que tú hagas hoy. Algún día afectará a otros que ni siquiera conoces o siquiera existen. Para bien o para mal.
Somos electrones girando sobre la orbita de un núcleo, que se unen a otros átomos. Y estos a otros átomos. Como un planeta en un sistema. Y un sistema en una galaxia. Todos formamos parte de un todo.
Existió en un período de tiempo pasado, presente, futuro. Un hechicero que, siguiendo algún designio, arrojó por todo el territorio sal y luego con un conjuro derramó dos lagrimas que se transformaron en espejos. Una quedó suspendida en el aire y la otra estocada en la tierra.

Con el transcurso de las estaciones, las raíces de la humanidad se desprendieron del suelo impuro, y vagaron hasta el final de los tiempos con pequeños fragmentos de la verdad dividida en doce y esparcidos por el mundo.
Y con el transcurso de las lluvias, nació en el hombre la inteligencia. Pero la inteligencia trajo voluntad. Y la voluntad, ambición. Y la ambición, esclavitud.
Y con el transcurso del frío, el hombre descubrió los espejos. Uno que anhelaban y no podían alcanzar. Y otro que odiaban pues nada les mostraba. Si un dios inspirado, su arte era el hombre. Un espejo inspirado, su arte era el reflejo. Pero este espejo no mostraba nada. Era tan solo una ventana ennegrecida de imágenes borrosas. Y el hombre como no tenía toda la verdad, la inventó. Inventó profecías y religiones, que luego fueron patrimonios.
El viento trajo tormentas. Y la tormenta destrucción. Pero luego calló. Y el joven en la ladera de la colina supo que era el momento. Otra vez, otro momento. El espejo, ahora una lagrima, rió. Pero no era una burla, sino una comprensión animosa.
--no tiene nada que ver donde crece la mala hierba, sino quien la ingiere y no la escupe --dijo al espejo, mientras éste mostraba su imagen. Pero no era él al menos que observara el reflejo de sus ojos, la fuente de su magia.
Su cuerpo diáfano se incorporó sacudiendo unos cabellos nocturnos.
El universo no necesita estar en perfecta armonía con la ambición humana. Sus manos sal saladas se disolvieron en el aire. No habría más cuentos. Esta vez no había necesidad de más lágrimas.
Autor: Mariano
1 comentario:
Me tomé la libertad de corregir unas pavadas de puntuación (lo demás no pienso tocarlo) y de agregar una imagen ;-)
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